14.1.11

El final.

El final de todo está demasiado cerca. La vida nos arrastra siempre al fin, todo esto no es más que una constante lucha por seguir vivos.

En tan sólo unos segundos los sentimientos pueden cambiar de tal forma que el amor se convierte en odio, la ilusión en desconfianza y las ganas de vivir en la necesidad de escapar muy lejos.

Seguro que estas palabras las estás haciendo tuyas, que sientes lo que estoy escribiendo, porque, por mucho que nos empeñemos en buscarnos diferencias, somos igual de simples. Sentimos al compás de unos latidos que se vuelven más de una vez contra nosotros, de un sentir que no llegamos a comprender. Pero, en el fondo, los sentimientos no son comprensibles, sólo sensibles.

Si quisiéramos comprender los sentimientos hablaríamos de pensamientos y como tal, ya no podríamos sentirlos. Por eso nos cuesta tanto ser felices. Porque constantemente estamos viviendo realidades diferentes que no consiguen entrelazarse.

Pensamos en el amor verdadero, en la persona perfecta, y no dejar de ser un pensamiento, por lo que alejamos esa posible relación del mundo sensible. Sentimos que la relación perfecta llega como si tal cosa, como la lluvia que nos empapa en una tarde del mes de abril. Pero no es tan sencillo el asunto.

La perfección sensible es casi imposible, por ello no nos queda más remedio que convertir nuestra vida en un constante viaje de sentimientos huérfanos e imperfectos, un viaje en el que intentamos convertir nuestro sentimiento en pensamiento.

Y todos hemos soñado con una vida perfecta al lado de alguien que nos haga realmente felices, pero cuanto más deseamos esa felicidad, cuanto más alimentamos ese pensamiento, mayores expectativas nos creamos y el final se hace completamente desastroso. Más que nada porque no somos más que un puñado de carne y unos cuantos huesos, y el mundo de los sueños no entiende de materialismos.

Por tanto, es imposible que nuestras expectativas sobre nuestro pensamiento perfecto y completamente irreal se cumplan buscando un alma pura entre el común de los mortales. No por nada especial, sino porque es radicalmente imposible.

Es algo así como si el cielo y el mar quisieran unirse en un punto intermedio. Sabemos que materialmente es imposible, pero somos tan imperfectos que cualquiera de nosotros puede sentarse en la orilla, sobre una roca, y mirar hacia el horizonte. Podemos ver una delgada línea en que el cielo y el mar entran en comunión, pero no es más que eso, un sentimiento relativizado por nuestros ojos mortales, por nuestro mundo sensible, tan lejos del mundo ideal, del pensamiento, de las ideas.

Y es por ello que hoy encuentro este vacío al ser consciente de la distancia abismal entre lo que pienso y lo que siento. Entre lo que busco y lo que el mundo me ofrece. Y ante ello me surgen varias opciones.

Por una parte sólo me queda asumir esta constante en la existencia humana: nunca encontraré un alma suficientemente pura que cumpla las expectativas de mi pensamiento. Pero por ello mismo, porque busco en el mundo de las ideas, no de los sentimientos. Y la solución a esta opción es conformarme con un alma mediocre que, al menos, consiga hacerme relativamente feliz.

Y por otra, está la opción que más me gusta, pero por la que en este momento no tengo fuerzas para luchar. La opción de poner patas arriba el mundo de mis pensamientos e intentar conjugar amor e ilusión, materialismo e idealismo. La opción de elegir el camino más complicado, la de ir a contracorriente y chocarme contra el mundo, contra la soledad del tradicionalismo humano, la opción de seguir siendo un iluso en la búsqueda de la felicidad.

Supongo que, en definitiva, la vida no es más que una partida constante repleta de jugadas y decisiones equívocas. Tienes sus leyes, sus normas, y no nos queda otra que jugar.

Salvo morir.

Sergio Montes Antón.

13.1.11

Extracto de un regalo de aniversario. (Mayo´06)

Estas palabras tienen hoy un sentido muy diferente. Aún así, hay momentos del día en que te recuerdo y no puedes imaginar cuánto te echo de menos...

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MADRID, Mayo de 2006

El cielo golpea con rabia miles de lágrimas intentando acallar el silencioso vacío de tu ausencia sepulcral.
Mi cuerpo desnudo sentado sobre la cama, y mis manos, plagadas de venas por el ansia con que mis dedos galopan sobre las teclas del pequeño ordenador, se confunden en la oscura soledad de la noche madrileña, intentando dar salida a aquellos sentimientos que quedaron limitados por la tinta que la pluma de mis palabras no consiguió nunca entonar.
Palabras que a veces suenan a tópicos, tópicos encubiertos en palabras desgastadas en publicidad, que crea de ellas fáciles eslóganes y títulos poco sugerentes.
Palabras, canciones, perfumes, colores con su nombre y faltos en el contenido de su esencia.
Qué fácil es ser poco preciso y entonar un par de palabras que enmudecen al más insensato de los mortales. Y qué difícil hacer de las palabras el mensaje más bonito del mundo. La mirada de deseo convertida en fin y no medio sobre el que descargar mis más sentidos miedos; la palabra susurrada al oído con sentido y a media voz, guardando que no lo escuche nadie, casi ni el interesado. La caricia que redondea cada una de tus mejillas y las mece bajo la luz de una luna menguada que estéril se colma de envidia ante su verdadera soledad...

Sergio Montes Antón.