6.1.13

CORAZÓN DE HIELO

Quemaba la habitación. Tanto, que mi corazón helado parecía aún más frío. El sudor de las paredes se derramaba como ríos de sangre tras la batalla.

Llegó entre susurros, de forma tan silenciosa que hubiese pensado que siempre había estado ahí si no fuese por el halo de misterio que congeló la habitación.

Los antiguos tonos rosados se habían convertido en completa oscuridad, y mi piel tomó un color tan helado como mi corazón. Sucedió todo tan deprisa que las manecillas del reloj apenas dieron muestras de vida.

Sus ojos azules me miraron fijamente, dibujó una media sonrisa tan inquietante como la mirada perdida de un perro en plena soledad. Agachó la cabeza y levantó la mirada. Se retiró un mechón pelirrojo de su frente, asiéndolo a su preciosa cabellera, tan larga como la oscuridad que ocupaba toda la estancia.

Inspiró profundamente y cerró sus ojos, lenta y pausadamente, como si intentase absorberme el alma. Espiró y volvió a abrir aquellos grandes ojos azules. 

 - Mi querido, ¿estás preparado?
 - Aún es pronto – contesté. 

Vi cómo, mientras intentaba besar mi boca, dos grandes alas negras se desplegaban de su espalda, y su mano derecha, envuelta en un delicado guante de seda negra, se acercaba a mi mejilla. 

Sonrió, sus alas desaparecieron y me dijo que pronto nos veríamos. 

Desapareció y dejó un extraño olor metálico. Algo así como una mezcla de rosas y azufre. Una sensación tan inquietante como su sola presencia. 

Desde entonces siento que ella me posee, que es dueña de mi corazón, que mece mis sentimientos al compás de su delicada respiración, tan profunda que la erupción de un volcán enfurecido no conseguiría enmudecerla. 

La habitación quemaba de nuevo. 

Y mi corazón seguía estando completamente helado.