14.6.10

Adolescencia, en horas bajas. (2ª parte)

No sé si merece la pena siquiera considerarlo. La burbujeante adolescencia ha manchado con su efluvio la razón que me gobierna.

Qué jaleo intentando colocar los calcetines por colores. Los hay que no llegan al tobillo y se crecen por pensar en el verano; otros, en cambio, abrazan los gemelos intentando percutirlos, como el pájaro carpintero hace sonar su melodía en el tronco del viejo sauce, alborotando su roja cabellera.

Esto se hace del todo inexplicable. La curva que dibuja este círculo que se contonea hacia la izquierda, termina desfigurando su rolliza órbita en pequeños segmentos que desaparecen ante mis ojos. Subiendo la circular, termina bajando el ángulo recto.

Y mientras, en el segundo cajón del armario de la derecha, unos calcetines de colores discuten por convertirse en negros. A uno le gusta Whitney Houston, el otro es más de Michael Jackson. Terminan declarándose la guerra, disputándose el pie derecho o el izquierdo, reconciliándose en el centrifugado de la lavadora.

De verdad, que no sé por donde cogerlo.

Porque hay días en los que el calcetín del pie derecho (que es del pie derecho porque el izquierdo ya está ocupado por el otro) quiere pisar un charco para volver de nuevo a la lavadora. No es más que un calcetín adolescente, sólo quiere jugar.

Mientras tanto, el calcetín izquierdo maneja mi pie con aires de emperador, contoneando cada uno de los dedos al clamor del populacho enfurecido. Se dirige de nuevo hacia el chaval de alegre mirada para intentar conseguir una sonrisa a juego. Pero el derecho se anticipa y pisa un charco que baila en una pequeña depresión del terreno, formado durante la tormenta del día anterior.

Qué jaleo. Con lo fácil que sería andar descalzo y pisar los charcos con la planta de los pies. Sentir el frío de la piedra que duerme a la sombra, quemarse con el suelo que insulta al charco en el lejano oeste.

Supongo que la adolescencia hoy se esconde entre los calcetines del segundo cajón del armario de la derecha, porque hoy ya no siento igual que ayer. Estos juegos desde un punto de vista razonado no tienen mucho sentido, no encuentran una explicación acorde con el tiempo.

¡Pero es tan divertido jugar a ser adolescente! Prometo que esta noche voy a vaciar el cajón de los calcetines y la adolescencia va a volver a venirse conmigo, con nosotros, porque necesito estar vivo de nuevo, porque no puede ser que haya durado tan poco.

Adolescencia, te declaro de nuevo la guerra, y esta vez, sin duda, voy a volver a dejarte ganar.

Continuará...

Sergio Montes Antón

14 de junio de 2010.

11.6.10

Adolescencia, de nuevo.

En tan sólo unos segundos, lo justo para que tu mirada cruce la calle en busca de otra mirada que te aguarda, consigues engancharme…

Quizá este sea un relato adolescente, un vaivén de palabras desordenadas que no tienen mucho sentido para ojos inexpertos. Suerte que tu mirada es diferente, suerte que entenderás que estas palabras se entremezclan en lo más oscuro de tus ojos bien oscuros, de la oscuridad que yo consigo ver en ellos, aunque la luz de un cielo azul nuble la vista de quien te mira.

No sé muy bien si sentirte o despedirme, si quedarme y aguantarme o marcharme para siempre. Doy la vuelta a mi corazón intentando ver el lado oculto de la luna, el sentir inexperto de quien se enfrenta a la vida sin haber vivido, sin haber sentido el amor en sus venas desde este punto de vista tan adolescente. Este amor que me hace soñarte y que me sueñes, que se inventa imágenes de cómo acaricio la palma de tus manos con mis dedos. Esta adolescencia algo tardía que burbujea en lo más recóndito de mis sentimientos.

Juego entre mis dedos con el monstruo de mis armas bien dormidas, de aquéllas que hace ya años que no salen a batalla, que cubren sus tornillos con el polvo del desuso, que patinan y no corren, que se destruyen a sí mismas con sus balas de cartón encasquilladas. Doy cuerda a este corazón rejuvenecido para conservar su mecánica, para que la mecánica de mi vida no me juegue malas pasadas. Y mientras le doy cuerda, espero a que palpite. Con la sonrisa perenne de aquél joven que sintió el amor por primera vez, con el miedo reciente de quien sigue reparando las grietas de su propio corazón.

Pendiente de un hilo sobre el que una pequeñísima araña teje una ilusión tan frágil como la cuerda casi transparente que la sostiene, pero con la fuerza suficiente de poder convertirse en una auténtica prisión para inocentes criaturas que se acerquen a saborear la miel de sus labios.

Adolescencia tardía que me persigue para hacer cuentas, para jugar esta partida de ajedrez en la que ella me gana con sus sentimientos puros e irracionales, para demostrarme que no es tan mala como yo pensaba, adolescencia que sólo quiere que me divierta, adolescencia que me reta a una batalla en la que me dejo ganar con mi sonrisa imperturbable de medio lado, aquélla que me sale sin querer, aquélla que ya había olvidado….

Continuará…

Sergio Montes Antón
11 junio de 2010.

1.6.10

Lluvia

La tarde moja las aceras con tu nombre. El resquemor de mis dedos pulsa las teclas equivocadas para resarcirme de tanta lluvia. Sólo busco ahogar mi pena en la sequía de mi corazón marchito, de mi anhelo itinerante que rodea el cuerpo de quien se acerca a observarme…

( ... )

Cuidado, pequeño, soy peligroso. No dejes que mi mirada cruce tus ojos, no dejes que el latido de mis venas casi inertes te seduzcan con el ámbar de mis lágrimas derramadas por el paso de los años.

Agita tus piernas y déjame atrás, piérdete entre las olas de miradas que enaltecen tus encantos; piérdeme, pues la ira del desquicio de mi yelmo ensangrentado rezuma aún perfumes de otra época olvidados, venenos disipados en mortíferos susurros de esta voz dulcificante y desmedida.

Olvídate de todo y arranca tu mirada al huir, no dejes que tus ojos se fijen en mi rostro, no permitas que el color de esta tarde amanerada ciegue la ilusión de encontrar la salida a estas perversiones. No me mires, pequeño, y corre....

Aunque no podré dejarte huir, romperé tus piernas con el encanto de mis besos más furtivos, ahogaré tu cuerpo en la amargura de mis celos, te tendré sólo y exclusivamente para mis locuras. Te desquiciaré arrancando cada una de tus ganas, a la vida con la muerte, a la libertad con la tortura de mi cárcel…

Devoraré tu sexo con la ternura de mis emociones mientras tus dedos asirán mi cara de ángel endemoniado por el hecho de tenerte, por ser tu posesión aquello que me invade y me perturba, por sentir que tu saliva mana de mi boca.

No te quiero suficiente para perdonarme tu vida, para completar este párrafo sin la cadencia de tus gritos rogándome piedad… Ya no tengo humanidad, ya no me conmueven tus lágrimas, llora, destrúyete, es igualmente tu final.

Y no podré dejarte huir. Aunque quisiera. Mas inténtalo, pequeño. La vida te va completamente en ello.


Sergio Montes Antón
5 marzo 2010.