20.2.11

Romance de una noche velada.

Mirada negra
en la noche perdida de mis sueños.
Maldita canción despierta
con luces de terciopelo.
Al norte de tus besos
una estrella camina en silencio,
una mosca golpea el cristal
robando palabras al vuelo.

Ardiente deseo.
Arrancar mi piel esta noche.
¡Que salga la mariposa,
que deje atrás este cuerpo!
Este escudo de ascetas eternos.
Esta voz de triste armonía.
Estas botas cubiertas de fango.
Estas manos fundidas al fuego.

Eterno susurro.
Sirenas que guiñan sus ojos.
Sus voces dibujan pasiones.
Sus pechos y sus pezones
rezuman viejos cantares
de perdidos marineros
y barcos hundidos en llantos.

Oscura noche, eterno alba.
Amanece la tarde y despierta lejana
la melodía de la gitana
que mece a ese niño moreno
que tanta pasión desata.

Romance de una noche velada.
Lunado descampado
en que grita el gato,
y maúlla
tras un servicio robado
la puta que el tiempo guarda.

Entre sus pechos retiene
las arrugas de lo ganado,
un par de dineros robados,
un puñado de amores dolidos,
el pañuelo de la sangre
con que limpia su presencia,
y abandera su causa perdida,
y seca sus llantos violados.
Y despide a su hija
en la foto roída
que besa.
Y dobla.

Y olvida.

Inquietudes de ingravidez,
9 de febrero de 2011.

17.2.11

Y sin darte cuenta, dieciocho.

Parece que fue ayer cuando jugábamos en mi habitación cada tarde de domingo, cuando hacíamos correr las horas como auténticos minutos, cuando discutíamos y te mordías el brazo para echarme la culpa delante de mamá. O cuando te tiré una galleta a la cara mojada en leche con Cola-Cao y se te quedó pegada en la frente. O cuando se te cayó tu colmillo gemelo. Son tantos y tantos recuerdos a tu lado, que cualquiera de ellos se queda pequeño recordando el siguiente.

Muchas veces me dices que a ti no te escribo nada, que no te regalo nada, y quizá es cierto, pero tenemos la mala costumbre de no dedicar estas pequeñas cosas a aquello que creemos seguro en la vida. Y créeme que no encuentro algo en mi vida tan seguro como tú.

Cada secreto inconfesable que se queda diminuto al contártelo, cada risa conseguida a través de la más vulgar de las tonterías, ese guiño de ojo de sus preciosos ojos verdes, esas tardes de cine, de paseos por Madrid…

Tenemos esa mala costumbre de no dar valor a esta rutina tan adorable, a esta forma de vida tan nuestra que casi no nos damos cuenta al vivirla, pero no hay nada más importante que ello.

Y aunque hay momentos en que la distancia separa nuestros juegos, en que los kilómetros distancian nuestras ilusiones, sabes que estoy en cada pequeño rincón de tu mente, que sólo tienes que cerrar los ojos y pensarme, y en unos segundos estaré a tu lado abrazándote.

Porque aunque parezca difícil de entender, esta distancia que a veces nos separa, hace que sean más especiales los momentos en que estamos juntos. Y ambos sabemos muy bien que no hay nada que pueda separarnos.

Por todo ello, quiero dedicarte estas palabras, aprovechando tu cumpleaños, para que veas que a ti también te escribo -y más de lo que te imaginas-, porque cada palabra que dibuja mis dedos está inspirada por ti, porque hoy no podría ser como soy sin haber vivido todo este tiempo a tu lado y sin haber aprendido tanto de ti.

Por todo ello, y sobre todo, por toda una vida que aún nos queda por vivir –y siempre juntos- quiero darte las gracias a mi manera, decirte que te quiero más que a nada ni a nadie en este mundo, porque me haces falta de una forma exagerada.

Porque no entiendo mi vida sin ti, porque me gusta ser el héroe de tus sueños, porque siempre eres y serás la única princesita de mi vida…

¡Feliz cumpleaños!

9.2.11

Indestructible (1ª parte)

Los recuerdos esperan en la primera página del libro que está en la estantería de madera.
Y cada vez que paso por ahí, mi mirada los esquiva evitando la imagen de esas palabras escritas con tinta azul, las que me recuerdan cuánto me quieres. O me querías, o en ese momento me quisiste.

Pero mi mirada al intentar esquivarlas consigue el efecto contrario. Mi cabeza se ha adelantado y ya ha terminado el breve párrafo escrito en la primera página del libro. Recordado de memoria, a carrerilla, dibujando mentalmente tu escritura alargada y algo cursiva.

Es lo que tenemos los seres humanos, que cuanto más intentamos olvidar, más recordamos.

Por ello me planteo en esta tarde tomar el callejón de la izquierda, el que evita directamente el encuentro con la estantería que guarda tus recuerdos. Podréis pensar que es una solución algo cobarde pero, sinceramente, no me importa. Porque lo que está en juego es mi felicidad, no otra cosa.

Y mientras escribo un breve relato acerca del amor -para variar- en el que el protagonista quiere dejar de enamorarse, me doy cuenta de que lo que estoy haciendo es intentar convencerme a mí mismo de que no tengo miedo a vivir y a jugar conmigo mismo. Y lo estoy consiguiendo.

No creo que todo esto que sueño cada noche sea una nube de promesas infundadas y vicios adolescentes que acaben en tormenta. No creo que sea algo pasajero, porque es real el dolor que ha taladrado mi corazón, el que me ha hecho olvidar los sentimientos, el que quiere que termine siendo una puta que busca hombres en su esquina cada noche de viernes y sábado.

Y por ello es lo que me reivindico. Y no espero lo mismo de vosotros. Ni tan siquiera que me comprendáis.

Porque creo que va siendo hora de sacar la puta que llevo dentro. La que maquilla sus defectos y se protege tras el carmín de sus labios, la que sube su falda y se introduce cualquier arma que la mate de placer.

Siento la energía suficiente como para volver con más fuerza que nunca, o mejor dicho, la energía necesaria para llegar, porque en el fondo este yo que escribe estas palabras llega por primera vez a la ciudad. Liberado de prejuicios que, aunque me persigan, ya no me importan nada.
Libre de promesas y sin la necesidad de demostrar quién soy. Porque ni yo mismo lo sé. Porque de esta manera puedo adoptar una forma diferente cada noche, y sin saber adónde voy, nunca sabré cuál es el camino, y todo lo que está por llegar no dejará de sorprenderme.

Llevo tiempo esperando este momento, y este tiempo no ha hecho sino conseguir que me encuentre rebosante de energía, una energía arrolladora que va a traspasar todo y a todos, que va a destrozar la realidad con la inquebrantable anomalía de mis deseos, porque todo cuanto sueño puede hacerse realidad.

Y que nadie se atreva a ponerse en el camino de mis sueños.
Porque sí, es una amenaza, y acabaré con vosotros si pretendéis detener mis pasos, los pasos de esta puta que se lanza a la calle buscando clientes de una noche, sobre los que derramar la rabia que durante tanto tiempo ha guardado tras la apariencia de un cordero que esconde bajo su piel a un lobo hambriento de sangre fresca.

Porque soy descaradamente irresistible.

Porque me hecho a mí mismo indestructible.

Inquietudes de Ingravidez, 8 de febrero de 2011.

8.2.11

MÁS INQUIETUDES.

La vida no deja de ser un constante cambio.

Por eso quiero hacer de este lugar un espacio en el que aquél que se pase de visita deje un pequeño comentario, una palabra, un gesto, una inquietud...

Todo para establecer un diálogo desde el más puro anonimato o desde la propia identidad de cada uno.

Por eso, si has llegado hasta aquí y hay algo que te llama la atención, una frase que te haga detenerte tan sólo un segundo, cualquier sugerencia, un sueño, una ilusión... te pido que seas generoso y lo compartas conmigo en forma de comentario.

Es muy sencillo, debajo de cada entrada tienes la oportunidad de aportar lo que tú quieras. Cualquier cosa siempre será un regalo. Ayúdame a expresar aquello que todos llevamos dentro.

Gracias por hacer que esto tome forma, gracias por leer mis inquietudes, que seguro que muchas son las tuyas.

Mil gracias por compartir tu tiempo contigo.

2.2.11

Una pequeña parte del mundo.

Una pequeña parte del mundo nos hace ser felices con tan sólo imaginarla.
Porque la felicidad completa está en las pequeñas cosas. En una sonrisa de lado para una foto robada, en una canción con Martina en los asientos de atrás de mi coche, en una mirada cruzada que atraviesa la niebla.

Tenemos la mala costumbre de encumbrar nuestras metas hasta hacerlas inalcanzables, de buscar imposibles y sufrir por no llegar a abarcarlos con la palma de nuestras manos. ¿No sería más fácil dejar de soñar y plantar los pies en la tierra? Porque un café después de una noche abrazado al calor de otra persona, porque una melodía susurrada al oído, o un cuento mal resumido antes de ir a dormir, nos hace mucho más felices que sufrir por la inexistencia de un amor verdadero.

Si tú me llevas de la mano por la calle mientras señalan nuestro descaro, si te ríes de mi sonrisa y yo me río y nos reímos, creando un ciclo absurdo de risas sin un comienzo ni un final; si te miro y detienes mi tiempo, me olvido del mundo y te hago feliz, ¿no es suficiente para dejar a un lado el remordimiento por no buscar un amor duradero que se convierta en una relación de intereses?

No me importa que no estés enamorado de mí, no me importa que lo estés, no me importa si sientes más o menos que yo, no me importa nada… Lo único que no deja de importarme es que en estos pequeños momentos me haces feliz, pequeños momentos que forman recuerdos difíciles de olvidar, que taladran mi memoria y me producen otra de esas sonrisas absurdas que acaban en risa, de esas que hacen que acabemos riéndonos de todo sin saber de nuevo el porqué.

Quizá esto tenga fecha de caducidad, quizá ni siquiera ha comenzado. Quizá todo sea relativo, un clavo que quita otro clavo, la necesidad de seguir adelante. Puede no tener lógica, ninguna. Pero la vida tampoco la tiene. Por eso vamos a dejarnos vivir, vamos a buscar nuestro propio lugar al que llamar cielo, vamos a ser felices sin necesidad de buscar absolutos.

Porque la felicidad está en nuestras pequeñas cosas. En nuestra pequeña parte del mundo.

Sergio Montes Antón.

12 de enero de 2010.