23.11.10

Desorden. (octubre '08)

Qué difícil es sentir el vacío del tiempo, el de las palabras huérfanas de significado que sobrevuelan mil y una noches de eterno deseo. Cuánto te estimo, mi amor.

Encierro entre mis dedos el susurro lejano de tus recuerdos, pero la desdicha de tu nombre me recuerda que aún tú estás aquí, que no eres un reflejo, un mal actor que enaltece mis defectos. Intento mirarte a los ojos, fijar mi mirada serena en aquellos pequeños haces de luz, pero encuentro el silencio dormido de un absoluto desconocido que me perturba y me aleja de mis deseos.

Y procuro serme sincero, pero el dolor de saberme engañado por tu desdicha me hace ser consciente de lo lamentable de mis palabras, de lo estéril que resulta buscar una bocanada de esperanza en este lugar falto de atmósfera, en esta tierra marchita que aún hoy recuerda mi nombre.

Te juro que llevo tiempo buscándote, pero no hallo más que cientos de escenarios y falsas escaleras que me acercan sigilosos hacia la salida equivocada. Te busco en este gran escenario que oculta miles de vestidos más que usados, miles de intérpretes de esta obra desilusionada, miles de palabras que ocultan sucios propósitos.

Sueño cada noche con aquella sonrisa tan típica como verdadera, que antaño recorría la acequia del antiguo cauce en bicicleta, que dormía en hostales olvidados y sentía mi brazo sosteniendo sus cimientos. Sueño con aquella inocencia tardía, con el resquemor de tu intención, con aquél cuento de hadas que convertíamos en leyenda en las noches frías de mi pequeña cama blanquecina.

Aquellas cuatro paredes que ocultaban el sentir de dos corazones fugados, la ilusión de unas horas de extrema libertad estática, las caras inquietantes de quienes nos veían jugar a la vida, de quienes exaltaban nuestras locuras y las hacían aún más largas.

Llevo tiempo buscándote mi amor, llevo tiempo buscándote y no te encuentro…


Sergio Montes Antón

8.11.10

Viento

El viento nos encierra en nuestras jaulas de hormigón,
escondidos de los miedos que deambulan por las calles.
Entre hojas ya marrones por el paso de un otoño
que susurra entre los ecos de un recóndito rincón.

Corriendo entre la gente
aparto el pensamiento
que me sigue y me persigue,
que me busca sin cesar.

Me perturba,
me recuerda que por mucho que le huya
no hay camino que camine
sin el viento a mis espaldas.

Con el frío del que mata,
con el frío del que muere
con el viento entre sus piernas
y su cuerpo junto al mar.

Expío mis pecados en el viejo caserón
que se cierne en el camino de esta noche amanerada.

Latiendo con mis manos
y gritando una vez más:

¡Que te vayas ya de mí,
que te olvides de mis besos,
de mi cuerpo,
de mi voz!

¡Que me arranques esta noche
el pensamiento que me ata,
que me encierra,
que me cose!

¡Que señales con las hojas que te bailan
el final de esta locura!

No me arropes,
no me abraces,
no me hables.

Sólo eres viento.
Sólo eres nada.
Y nada es suficiente,
y lo eres todo.

5.11.10

Exótico.

Arrolladoramente lleno de exotismo. Tanto, que me cuesta conjugar estas palabras con mis pensamientos, y estos mismos con sentimientos que no logran materializarse.

El caso es que pocas veces me ha pasado que me cueste tanto expresar esta necesitad por escribir acerca de algo que me está machacando los sesos. Es algo desorbitadamente genuino, tremendamente desconcertarte y misterioso, humanamente divino.

Son muchas las debacles que yo presumía, pero cada una de ellas se han invertido convirtiéndose en chocantes destrezas que amaneran más, si cabe, la tarde madrileña. Cada destreza finaliza con pasos magistrales que marcan el comienzo de la siguiente, entrelazándose en bucles engominados bajo el tiempo relativo de un reloj de muñeca dorado.

Qué complejidad reducir a palabras un sentimiento tan exótico. Me sirve para sugerirme dos cosas: o soy un fatal escritor o siento demasiado complejo. En cualquiera de los casos existe un error irreparable.

Si escribo mal, se frustra la más clara de mis aficiones. Y ya se sabe, un hombre sin aficiones tiene el peligro de darse a la bebida. Si, por el contrario, el problema es que mis sentimientos son complejos, ¡qué desdicha pensar que pasaré toda la vida acomplejado!

Este error irreparable se diluye ahora entre el contoneo de una polinesia que sonríe mientras agita sus manos al compás de la percusión. ¡Qué surrealismo de composición en la que el escritor entremezcla imágenes sin sentido que son la más fiel muestra de lo que siente!

Definitivamente me retiro, es todo demasiado exótico. Quizá con el tiempo necesario pueda organizarlo y volverlo cotidiano. Quizá pueda comprender este sentimiento que hoy se me hace inexpugnable, otorgarle un valor real que desproporcione el misticismo que desprende.

O quizá no, y lo más sensato sea dejarlo como está, no banalizar este universo tan exótico, tan lleno de vida, tan sorprendente y dinámico que estas palabras que intentan describirlo ya se han quedado vetustas y exageradamente desproporcionadas.

Sergio Montes Antón.